jueves, 6 de agosto de 2009

NARCONEOLOGISMO

Durante mi última estancia en México me impresionó la presencia desmedida del epíteto “narco” tanto en los canales de información como en las pláticas callejeras. Norcobodega, narcoviaje, narcocasa, narcolimosnas, etcétera. El epíteto se extiende hacia el extranjero con los narcochinos o los narcocolombianos. ¿Será verdad que una fraternidad de narcos se apoderó del mundo?

A pesar de una cierta resistencia, el término se grabó en mi cabeza. Sin darme cuenta, empecé a hablar el “narcoidioma” volviéndome un narcoconsumidor de la palabra. “¡Te echaré una narcollamada con miras a que no gastes demasiado!”, a mi esposa. “¡Si no trabajas bien en la escuela, te mandaré a donde los narcos!”, a mi hijo. “¡No andes de narcotonto!”, a mi otro hijo. “¡Por favor, señora, un narcopleito no vale la pena!”, a mi suegra, que es bastante gruñona. “¡Simplemente no puedo, no tengo narcorrecursos!”, a mis empleados que pedían aumento de sueldo.

Con esta contaminación y en busca de información en internet llegué a una comunidad virtual de narcovigilantes, quienes se dedican a fortalecer el neologismo. Y dicen que de ninguna manera forman un narcopartido, pero les fascina la narcomoda. Y hay 100 mil miembros, en Ciudad Juárez, en Medellín, y yo que vivo en Francia, tal como los demás me definen, un narcofrancés.

Inexorablemente, el encanto mexicano se exportó a tal grado que un internauta presumía cantar La vie en rose con narcoacento.

Por ser tan productiva, la palabra debería originar más beneficios que Pemex. ¿A quién hay que pagar los derechos de autor?, ¿al pueblo mexicano, cómplice y víctima de la invención?

François de la Chevalerie

París, Francia

Publicado en el periódico Reforma, sección Opinión. Viernes 24 de octubre de 2008.